Con el tiempo es cuando esta dualidad queda mostrada sin discusión. El lado diestro se mantiene estoico entre el mar de calma, mientras que el siniestro, se hace ver frustrado y aburrido de sí mismo, creyendo erróneamente que su cabeza está protegida por una corona de cenizas hechas a base de olvido.

Repetición, como modelo terrible a seguir, por no ver que en derredor se derrumba cada pilar, uno tras otro. Se desea crear, con preclara lucidez, una obra culmen a base de escombros y medios instantes en medio de la oscuridad. La mirada puesta en el horizonte regala el espacio ansiado para ahogar cada una de las miserias que lleven grabado algún nombre para olvidar.

Mea culpa al atardecer, justo en el momento preciso en el que desaparecen las ganas de seguir creyendo lo que no se es. Un acertado brindis porque todos los miedos sean incapaces de conquistar aquello que ya se derrotó hace tiempo, y que hoy yace en el campo de batalla cubierto por el musgo de la indiferencia.

El cénit del caos pasó de largo y no se quedó enquistado, la mejor noticia posible, su violencia disfrazada y ocultada bajo una careta de debilidad, fue descubierta y anulada minutos antes de la medianoche, del fin que quiso imponer de facto pero no pudo (no supo). Ahora se respira, y sabes que no duele más que aquellos malos sentimientos que aún no hayas erradicado.

Nada como percatarse de que al final, nunca hay un enemigo, solo tú.

Serafino Macchiati - La visión

Serafino Macchiati – La visión (1904).

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